La epilepsia es una enfermedad cerebral crónica en la que los pacientes son susceptibles de presentar crisis epilépticas de forma repetitiva. Esto es debido a un aumento excesivo y anómalo de la actividad eléctrica neuronal, dando lugar a síntomas muy variados, como sensaciones extrañas, movimientos incontrolables de una parte del cuerpo, caídas, pérdida de conciencia, parpadeo, visión de luces, percepciones irreales, etc.

 

¿Qué causa de la epilepsia?

La epilepsia puede debutar a cualquier edad, aunque la mayoría de los pacientes se diagnostican en la infancia o adolescencia, presentando frecuentemente una causa genética. En la población adulta, y sobre todo en la anciana, mayoritariamente se suele deber a una lesión cerebral por un infarto cerebral, traumatismo craneal, o tumores.

Aunque la mayor parte de los pacientes epilépticos no relacionan las crisis con factores desencadenantes claros, algunas situaciones pueden favorecer determinadas crisis epilépticas, como por ejemplo:

  • Falta de sueño
  • Drogas recreativas
  • Alcohol (y fundamentalmente su privación tras un consumo crónico)
  • Estrés
  • Luces brillantes y repetitivas
  • Menstruación (en algunas mujeres)

 

¿Cómo se diagnostica la epilepsia?

La epilepsia se diagnostica a través de la historia clínica, la exploración neurológica y las pruebas complementarias que permitan apoyar la sospecha diagnóstica. El diagnóstico puede ser complicado ya que los síntomas pueden parecerse a otras entidades, tales como los síncopes por hipotensión (lipotimias), bajos niveles de azúcar, infarto cerebral, migrañas y ataques de pánico. Es fundamental una historia clínica detallada, tanto del paciente como de posibles testigos, para poder establecer un diagnóstico diferencial adecuado.

La electroencefalografía (EEG) es esencial en el diagnóstico de los diferentes síndromes epilépticos. Esta prueba detecta la actividad eléctrica cerebral a través de unos electrodos que se colocan de forma no invasiva en el cuero cabelludo. Durante la prueba se realizarán varias maniobras, como respirar profundamente o someterse a luces destellantes, para observar si estos estímulos provocan una actividad cerebral anormal. En la mayoría de casos también es necesario realizar una resonancia magnética de alta resolución, con la finalidad de identificar posibles lesiones responsables.

 

¿Cómo se trata la epilepsia?

El tratamiento está enfocado a prevenir la aparición de crisis epilépticas. En algunos casos, como en las epilepsias benignas de la infancia, no es necesario aplicar terapias farmacológicas, ya que son procesos autolimitados con la edad. Por otro lado, si tras una primera crisis epiléptica se identifica un riesgo aumentado de presentar nuevas crisis (al detectarse ciertos síndromes, o bien determinadas alteraciones en la resonancia magnética o en el EEG), el tratamiento puede empezarse de forma inmediata.

Los fármacos antiepilépticos (FAEs) son la primera opción de tratamiento, siendo capaces de controlar aproximadamente al 70% de los pacientes. Hay muchos tipos de FAEs disponibles, por lo que la elección se determina de forma individualizada, teniendo en cuenta el tipo de crisis epiléptica, las preferencias del paciente y los efectos secundarios. La función de los FAEs es equilibrar los niveles de neurotransmisores a nivel cerebral, por lo que requieren una adherencia estricta y controlada con revisiones regulares por su neurólogo. El objetivo de la medicación es procurar que el paciente lleve una vida lo más independiente y activa posible.

 

La cirugía para la epilepsia es una opción disponible en pacientes que no responden adecuadamente a los FAEs, lo cual ocurre en un 30% de casos. Estos pacientes deben ser valorados en una unidad especializada, donde serán sometidos a monitorización vídeo-EEG (registro simultáneo de EEG y vídeo) y a otras pruebas complementarias avanzadas (incluyendo neuroimagen estructural y funcional y estudios neuropsicológicos), para poder identificar las regiones afectadas por la enfermedad. Si tras realizar todas las exploraciones se considera que el paciente puede ser un buen candidato a cirugía, se derivará a un neurocirujano con experiencia en esta patología. En casos en los que no se considere esta opción, existen tratamientos paliativos como los estimuladores cerebrales o la dieta cetogénica, que pueden mejorar significativamente la calidad de vida de los pacientes.

 

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